Quitaba las hojas de las alcachofas hasta llegar a la parte más tierna y les cortaba el tallo y las puntas, lavándolas bien después. Luego las cortaba en cuartos o por la mitad, según el tamaño. En mi caso, las descongelé al chorro del agua templada lo justo de poder cortarlas con facilidad por la mitad.

Con la sartén bien caliente y en seco, ponía las alcachofas boca abajo y las dejaba que soltaran el agua de lavarlas, aprovechando ésta para que cocieran un poco. Si no había suficiente agua, le añadía muy poca. De vez en cuando, las aplastaba levemente con la pala de madera y les daba la vuelta.

Cuando iban quedando secas, les echaba un chorrito de aceite de oliva, una pizca de sal y las volteaba para que tomaran color por ambos lados.

Se las servía en un plato que a menudo acompañaba con algún trozo de queso (los manchegos curados y semicurados, el queso de bola, el fresco de Villalón, el de Burgos o el requesón eran los que más le gustaban) con alguna loncha de jamón de york y alguna pieza de fruta ya preparada y lista para comer. Lo ponía en una bandeja de madera con su vaso de leche y se iba al salón, se sentaba en su sillón rojo frente a la televisión con la bandeja en las piernas, una servilleta y a disfrutar del manjar!