La semana pasada me perdí por Toledo, y me lo pasé como una enana.
Desde niña he visitado con asiduidad esa ciudad, a veces por la relación laboral de mis padres que nos unía, otras por la familia y otras, simplemente, por descubrir nuevos lugares donde dejar trocitos del alma. Y reconozco que, a pesar de la avalancha de turistas diarios que recibe esta ciudad, sigue teniendo un espíritu grande que late en cada esquina.
Además, también disfrute por primera vez del Puy du Fou, y sí digo por primera vez porque tengo la intención de regresar, ya que desde luego: merece la pena. Si siempre me sentí orgullosa de mi país, después de esta experiencia, casi me planteo tatuarme la bandera (ya que no tengo himno que poder cantar). —Y me preguntó, ¿porqué tiene que venir gente de fuera, para explicarnos lo bonita y grande que es nuestra cultura e historia?—.
Obviamente es un parque temático con pocos años de vida, y se nota, pero los espectáculos son sensacionales y el personal, a pesar de la marabunta de gente que había, es encantador. No puedo explicar más, porque es una experiencia a la que hay que ir sin estar preparado, pero tengo una serie de consejos muy valiosos (cuando necesitéis escucharlos).
En fin, ahora sólo puedo contar los días que me quedan para poder volverme a escapar.

(Sumamos esta receta a la temática: Revista Cookpad Noviembre).

#RevistaCookpad
#PuyDuFou_VolveremosPronto