Actualmente soy bastante crédula, aunque de pequeña lo era más, me lo creía todo, todo… pero todo. Para mí, todo lo que me decían era verdad —supongo que a todos, de pequeños, nos pasaba—. Así que de pequeña: creí que SS MM Los Reyes Magos me traían regalos porque una estrella les guiaba hasta mi casa. Creí que los juguetes cobraban vida cuando no los miraba. Creí que dentro de las fotocopiadoras había un chino que copiaba a toda velocidad lo que ponías, y que era en blanco y negro porque no le daba tiempo a colorearlo; como también había un chino sentado dentro del cajero automático que contaba y daba el dinero. Creí que cuando llovía, los angelitos estaban llorando. Creí que la luna me acompañaba sólo a mí. Creí que escarbando, podría llegar al otro lado del mundo. Creí que la cigüeña me había dejado en la mejor familia del mundo —y, sí, mi familia es la mejor del mundo, pero no “gracias” a la cigüeña—. También creí que el egoísmo sólo implicaba acaparar cosas materiales —y no lo trasladé al amor, al tiempo o a la vida—. Creí que la guerra era sólo entre soldados que querían hacerla —y no me di cuenta del sufrimiento con el que regresan y el que dejan en la población—. Creí que la gente mala estaba sólo en las películas —y en verdad, la realidad supera a la ficción—…. En fin, seamos conscientes de la falsedad de nuestras creencias, pero NO dejemos de creer.

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