Pon una cacerola con abundante agua al fuego y una pizca de sal. Lava las patatas e introdúcelas así, sin pelar, solamente lavadas. El tiempo de cocción puede variar en función del tipo y el tamaño de la patata, pero calculemos que entre 20 y 30 minutos deberían de estar listas. Para comprobarlo sólo tienes que pinchar con un cuchillo la patata y tienes que poder pincharla sin hacer fuerza, que notes que está cocida.

Una vez que estén listas escurres las patatas y las dejas atemperar. En el momento en el que ya puedas cogerlas sin quemarte las manos, pélalas. Ponlas en un bol, córtalas en trozos y aplástalas con un tenedor hasta que tengas toda la patata aplastada como un puré.

A continuación será el momento de añadir las especias que quieras para tu patata, en nuestro caso sólo le vamos a añadir un poco de sal y pimienta recién molida. Para que quede más suave se le añade mantequilla reblandecida a temperatura ambiente y, un par de yemas de huevo. Mézclalo todo bien.

Pones la patata en un recipiente hermético o que puedas tapar cómodamente con film transparente y la dejas reposar unos 45 – 60 minutos en la nevera.

Mientras tanto prepara los daditos de queso. Nosotros hemos utilizado un queso suave, como es el provolone pero podéis usar cualquiera que se funda.

Saca la masa de patata, haces una bola y en el centro -con la yema del dedo- haces una hendidura donde colocas el queso (uno o dos trocitos, en función del tamaño de tu patata). Cierra la bola de patata con la mano y ya la tienes lista.

Pon una sartén o cacerola honda al fuego, llena de aceite de oliva virgen o de aceite vegetal, cuando esté caliente (vamos a mantener una temperatura suave para que no se quemen) añades las bolas de patata con delicadeza para no quemarte ni aplastarlas. Se cocinan durante 3 o 4 minutos, girándolas para que adquieran un color dorado precioso por cada lado.

Después las sacas a un plato previamente forrado con papel de cocina y déjalas unos instantes para que absorba la grasa