Adaptándonos a esta nuestra nueva realidad, la otra noche, fuimos de vinos —previo planteamiento de nuestros sitios favoritos con buena ventilación—; estrenaba unos zapatos del mismo color que el pintalabios, y como la primavera comienza a notarse, me lleve el abrigo corto de mangas preciosas. Ya habíamos elegido tanto las tapas como el vino, cuando vi entrar a un hombre, con un sombrero elegante en la mano, miró oteando el horizonte buscando a alguien. Me percaté —enseguida— que estaba al teléfono, y aunque estaba lejos, hablaba casi a gritos — con un nivel de sonido: rompetímpanos— y con un tono de evidente indignación.
"¡Qué actúe conforme a mi edad!” respondió tras un breve silencio. “¡Qué importa lo viejo que soy! Los océanos son viejos y todavía golpean con fuerza". Justo en ese momento, se dio cuenta de que hablaba muy alto —quizá— por el aplauso, unánime, que le dimos los de mi mesa.
Y es que hay sol para todos.