Lo primero es, en este caso, cocer el pollo. Si decides que sea otro relleno dependerá de si necesita este paso o no. Para el pollo, lo ideal es cocerlo, deshilacharlo (con dos tenedores puede hacerse fácilmente) e incluso, una vez deshilachado, picarlo con el cuchillo. Es mejor que quede en trozos pequeños para que el sabor sea más uniforme.

Picamos un cuarto de cebolla lo más que podamos y la ponemos a pochar en una sartén con aceite de oliva

Hecho esto, añadimos una cucharada sopera y media (o dos, al gusto) de harina, y cocinamos bien. Es importante dejarlo un rato, porque si no la hacemos, la croqueta sabrá a harina. Terrible.

Cuando ya tenga un color marronáceo añadimos un poco de leche y removemos. A partir de aquí, repetiremos este paso echando algo más de leche cada vez. Es importante remover y aplastar el pollo para separarlo y que se suelte la harina, o podrían quedarnos grumos, que le darán un mal sabor y textura.

Es importante recordar que al enfriar, quedará más sólido. Si pasas el cucharón por un lateral y tarda sobre un segundo en volver a su forma, tendrá la cremosidad ideal. La idea es buscar tu punto favorito en este momento, dejándolo algo más (o menos) en las siguientes comidas. Una vez lo tengamos, lo pasaremos a un plato, lo dejaremos enfriar a temperatura ambiente y cuando ya no esté caliente, lo metemos en la nevera

Por último, las freiremos al gusto en abundante aceite a temperatura media-alta (en mi caso al 6 sobre 9 en mi vitro), eliminamos el exceso de aceite con papel de cocina y estarán listas para degustar!