La primera vez que probé los ajos tiernos fue cuando empezaba a salir de vinos con los amigos.
Fue en una pequeña tienda de ultramarinos que funcionaba también como venta de vinos y tasca improvisada para los incondicionales asistentes al taller de frenos del local de al lado. Un viejo y desgastado mostrador de madera y tras el una gran estantería de la misma madera repleta de estantes con latas y botes. Las barricas y la cocina las tenía hábilmente dentro, tras una vieja y grasienta cortina de rayas de colores alejadas de la vista de los clientes.
Fueron unos ajetes enteros a la plancha con aceite y sal por encima, los pidieron como "cigalas de huerta" y tan tonta la cosa que estaban buenísimos y repetimos.
Otro especialidad estrella de "la Maruja", aparte de los chatos de vino tinto, eran las patatas asadas en horno de leña, te las daban solas sin nada, ni plato, y te cogías el salero del viejo mostrador de madera