Ponemos los dos litros de aceite a calentar, cuando esté muy caliente echamos el trozo de pan para que se tueste. Cuando esté tostado lo sacamos y retiramos del fuego el aceite, lo dejamos reservado.

Separamos las yemas de las claras y en una cazuela grande, un lebrillo, echamos las claras, le añadimos una pizca de sal y las gotas de limón. Montamos las claras a punto de nieve. Rallamos la cáscara del limón. Cuando las claras estén montadas añadimos las yemas, la ralladura del limón y las 18 cucharas soperas de azúcar y movemos la masa.

En una pequeña sartén ponemos las 18 cucharadas soperas de aceite y lo tostamos. Una vez tostado lo incorporamos a la masa y seguimos moviendo. Añadimos el vino blanco, el zumo de naranja, la canela y movemos.

En un cuenco echamos harina, la levadura y el bicarbonato, lo mezclamos muy bien y lo incorporamos a la masa, seguimos moviendo. Vamos añadiendo el resto de la harina poco a poco sin parar de mover.

Una vez que la masa esté lista comenzamos el proceso de hacer los roscos, pero antes de empezar ponemos los dos litros de aceite a calentar. En un cuenco echamos dos cucharadas soperas de aceite para embadurnarnos las manos para que no se nos pegue la masa. Como observamos en las fotos, cogemos una bola como la de pimpón, se alarga, se aplasta y unimos los extremos.

Lo dejamos enroscado entre los dedos y vamos uniendo los filos haciendo un rosco. Esa masa de rosco la echamos a la sartén y lo freímos ayudados por un palo. Introducimos el palo en el agujero del rosco y lo giramos continuamente porque si no el agujero se cierra y se quema el rosco. Cuando esté hecho por la parte inferior se le da la vuelta y lo giramos con el palo. Cuando esté dorado completamente lo sacamos del aceite y lo dejamos enfriar un poco.