Creo que ya he explicado mi aversión por los textos legales, lo cual no me impide —de manera más habitual de lo que me gustaría— darme grandes atracones de dichas lecturas.
El caso es que estuve pendiente de la nueva Ley de Paridad —aprobada sólo por 177 votos a favor de los 348 (sólo 1 más de los necesarios por ser ley orgánica)— que sacó el gobierno en el mes de agosto.
Y ¿para qué engañarnos? Aunque me agrada todo apoyo hacia la mujer, no sé bien qué beneficio podemos sacar si ya antes teníamos la Ley de igualdad efectiva de hombres y mujeres —también ley orgánica—, y, quizá, anteriormente, la Ley de igualdad de trato y la no discriminación. Pero a lo que voy, eso del 40-60 ya estaba legislado, ¿no? Para eso estaba la ley de hace más de 15 años que —está claro—quedó en aguas de borrajas.
Quizá el problema sea nuestro, ya que no nos han explicado bien los conceptos de: igualdad, equidad y paridad. Hagamos repaso: si igualdad de género se entiende como la situación en la que mujeres y hombres tienen las mismas posibilidades; la equidad de género es el medio para lograr dicha igualdad, a través de un trato justo; y la paridad se relaciona con la total integración, en pie de igualdad. Entonces… Dejarme pensar…. ¿Sólo veo yo el problema? ¿Por qué no nos dejamos de tantos textos legales y comenzamos a hacer las cosas bien —de una vez por todas—? ¿Qué necesidad tenemos de hacer las cosas mal una y otra y otra vez?…

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