Pelamos y cortamos las patatas en láminas de espesor mínimo, yo lo hago con una mandolina. Las dejamos escurrir un poco.

En una sartén aparte ponemos cebolla cortada en juliana a caramelizar. Agregamos un chorrito de aceite y empezamos a caramelizar a fuego muy bajo, se le echa sal por encima para que suelte el líquido que tiene. Tras unos minutos añadimos un culo de un vaso de agua y dejamos cocinar. Deberiamos dejarla hasta que se vea morena. Si no lo conseguimos se puede echar azúcar moreno o salsa de soja.

En una sartén con aceite de girasol vamos empezando a freír las patatas, lo suyo es hacerlo por tandas para que queden bien crujientes. Las echamos de una en una para que tengan espacio. A medida que las saquemos las ponemos a escurrir y una vez secas las machacamos un poco.

Una vez listas en un bol con agregamos las patatas, la cebolla y los huevos sin batir. Echamos sal al gusto. Batimos todo a la vez de modo que las patatas se empapen de jugo de huevo. Mi toque personal es echarle un chorrito de leche para que quede un poco más jugosa la tortilla.

Ahora toca lo difícil, en una sartén antiadherente y sin rallazos a fuego alto echamos un chorrito de aceite y lo distribuíos por toda la superficie. Vertemos la tortilla y con una espátula vamos dándole por el borde para evitar que se pegue. A la misma vez vamos moviendo la sartén para que no se pegue por el fondo, yo digo que la tortilla tiene que estar “bailando”.

Pasado un minuto si vemos que ya está hecha por fuera damos la vuelta con mucho cuidado. Ahora volvemos a repetir el proceso. Es importante que cuando la volvamos a echar a la sartén le demos forma con la espátula. Yo personalmente prefiero dejarla más tiempo en el primer lado de modo que al girar no se desmorona.

Ya solo queda cortar y disfrutar. A mí personalmente me gusta muy jugosa y esta tortilla tiene esa característica. Para mi no hace falta ninguna salsa para acompañar porque la tortilla ya está suficientemente sabrosa.