En pocos días, comenzarán a tramitar mis nuevos papeles. Madre mía, treinta años ya junto a mi familia y aún recuerdo cuándo me compraron, azul (como todo en esta casa) y Top Line, porque guapo, soy un rato.
Lo aprendí todo de La Diligencia —el primer coche de mi mamá— un fantástico 127 algo costipado que se fue al poco de llegar yo. El jefe, en ese momento, era un forito gaditano muy chulo que tenía el antirrobo siempre activo.
Recuerdo, como si fuera ayer, aquellos días en los que llevábamos a la mayor a primaria y poco después nos acercábamos a la guardería, a dejar a la pequeña. Las tardes las pasábamos corriendo de un lado a otro, entre clases de inglés, de alemán, de pintura, de baile o de equitación. Y los fines de semana siempre de turismo, subiendo a los montes más altos y fríos o madrugando para bucear.
Años después, la mayor aprendió conmigo a conducir, y me prefirió antes que su coche con matrícula noautonómica. Después de ese —que se fue prontico tras muchos kilómetros recorridos— llegó el más molón de la familia y con él que me llevo estupendamente, con esos 350 CV ahí escondiditos, cualquiera le dice ni mú.
Y antes de compartir los días con esa preciosa van (algo pomposa), llegaron juntos el coche de la pequeña, que sabeDios cómo consigue aparcar sólo y la perla de la Cuqui —capricho de todos—.
Y aquí estoy, esperando conseguir esa ambiciosa matrícula verde de Histórico, que me va a sentar ni que pintado.

#LaVidaDeLasPequeñasCosas