Una de las cosas que más iras desata en mi familia es nuestro desapego absoluto por el teléfono móvil. Lo solemos dejar abandonado a su suerte en cualquier parte y ni nos acordamos de que existe.
Así que hay veces, en que nos llamamos por alguna necesidad, e inesperadamente, cuando la persona-no-necesitada recupera el móvil, de repente hay treinta llamadas perdidas. ¡Claro!
Ahí comienzan las devoluciones de llamada (llamadas, para ser exacta) y nos convertimos en basiliscos cuando, por fin, se responde al otro lado. Somos conocedores de que el secreto está en saber darle la vuelta a la tortilla, aunque esta artimaña no es tan infalible como parece.
Hasta en el coche nos pasa, a pesar del manos libre, del reloj inteligente y demás inventos, al final siempre hay alguien que tiene que esperar por la otra persona, y claro el que ha dejado diez llamadas perdidas, te recibe como un oso pardo, mientras una va inocente cual grácil cervatillo.
Pero cómo describir esa libertad de cuando se rompe el móvil.... y ya ni llamadas, ni grupos de whatsapp, ni nada de nada... ¡Eso es felicidad!
Seguramente Freud, Pávlov o incluso Piaget hubiesen hecho un desarrollo teórico perfecto en base a la paradigmática relación disfuncional que mantenemos con el dicho electrodoméstico inteligente.

#DesayunoConMuchoCariño