Se ponen las lentejas a remojo en agua fría la noche anterior. Cuando vayamos a hacer el potaje las sacamos del agua, las echamos en la cazuela en que deseemos elaborar la receta junto con el hueso de jamón, añadimos litro y medio o dos litros de agua y dejamos cocer unos 90 minutos.

Mientra se cuecen las lentejas, vamos con el resto. En una sartén con el aceite indicado, cuando esté bien calentito, añadimos la cebolla y los puerros muy pero que muy picados o no tanto, como os venga en gana, y una pizca de sal. Ya sabéis, cuando vayan transparentando añadís los tomates, que también habréis picado muy finamente en forma de pequeños cuadraditos.

Cuando veamos que este sofrito (o como queráis llamarlo) va medianamente hecho añadís las setas troceadas y la morcilla desmenuzada.

Dejad que rehogue todo este conjunto unos 15 minutos, o cuando vuestra despejada mente os diga que la cosa ya está quedando olé.

Mirad si las lentejas están cocidas. Usad una pequeña cucharilla y soplad para no quemaros. Luego no digáis que no estáis avisados. ¿Que ya están cocidas? Pues no lo penséis dos veces, rectificad la cantidad de caldo si están muy ralas y luego añadid a las lentejas todo ese conjunto que habíais rehogado. Probad otra vez por si tenéis que rectificar de sal, y añadid las dos cucharadas de anís. 

Emplataremos en un plato hondo, para que el personal no se quede con hambre. El hueso o punta de jamón lo troceamos y ponemos un poquito en cada plato, para que nadie proteste.
Ya lo tenemos emplatado. Fijaos qué pinta tiene el potaje