Troceamos el cabrito. Si pusiéramos a hornear las piezas enteras no habría superficie suficiente para conseguir un buen caramelizado.

Pelamos los ajos y les damos un hervor en un pequeño cazo. Como podéis ver en la foto, el cazo tiene solera; debe ser del tiempo del abuelo Pablo, o antes, pero funciona.

Majamos en un mortero amplio de madera (olivo mejor), los ajos, añadiendo un puñado de sal, luego las hierbas y finalmente el pimentón.

Embadurnamos (untamos con un pincel o con las manos, bien limpias, naturalmente) los trozos de carne, por todos los lados y los vamos colocando en una bandeja para horno (pyrex, barro de Pereruela, etc, al gusto).

Echamos un buen chorro de aceite (recordad que nos quedan 100 ml aún) y la mitad del vinagre de fruta de la pasión. Se puede dejar macerando un par de horas.

Comenzamos a hornear las patatas y el cabrito a 180º C. Si el cabrito es tierno con 45 minutos será suficiente, pero cuidado, no confundir el aspecto rojo que queda debido al pimentón, y creer que está hecho cuando aún está  crudo.

Cuando lleve ½ hora de horneado, se abre el horno, damos vuelta a los trozos de carne y añadimos  la otra mitad de vinagre  y un buen chorro de aceite (tendremos precaución de dejar un poquito de aceite para un toque final).

Una vez que pensemos que la carne está en su punto, sacamos la bandeja y añadimos el chorro final de aceite para que conserve ese aroma característico del aceite crudo y sin filtrar.

Puedes decorar con la naranja y las aceitunas.