Lo primero que haremos será realizar una cruz en los extremos de los tomates y ponerlos a cocer en una cazuela con agua hasta que la piel del tomate empiece a despegarse.

Mientras tanto vamos a picar el pan, que puede ser del mismo día, aunque es preferible que sea de uno o dos días. Echamos el pan picado en el vaso de la batidora.

Cuando los tomates estén, lo pasamos a un bol con agua fría y los dejamos unos minutos, lo justo para no abrasarnos al pelarlos. Los pelamos, los troceamos y los echamos sobre el pan. Cubrimos el pan con dos cucharaditas de sal y lo dejamos reposar, como mínimo media hora.

Pelamos el diente de ajo, retiramos el germen, los picamos y lo agregamos al vaso de la batidora. Ahora trituramos todo bien de forma que no nos queden grumos, incorporamos el aceite y volvemos a batir hasta que se mezcle todo bien.

La cocina no es una ciencia exacta, así que pueden darse tres casos: 1.- que nos quede perfecto. 2.- que nos quede muy espeso, entonces añadimos un poquito de agua fría y volvemos a triturar. 3.- que nos quede muy líquido, en este caso añadimos un poquito más de pan y lo trituramos.

Una vez que está a nuestro gusto, echamos el contenido del vaso batidor en unas cazuelitas de barro o en el recipiente que lo quieran servir, y lo llevamos al frigorífico hasta el momento de servir.

En el momento de servir, le echamos por encima un poquito de huevo cocido, unos taquitos de jamón serrano y un buen chorrito de aceite de oliva virgen.