Linguini (o tallarines)   en caldo de mejillones frescos (seis minutos)

Aquí SIGUE LA HISTORIA.... Cuando pude reconstruir su historia, supe que la compartían desde muy jóvenes cuatro amigos, que continuaron yendo juntos ya casados. Supe que un mediodía de verano uno de ellos resulta quemado cuando explota la botella de kerosén con la que prendía el fuego del asado. Los aullidos de dolor continuaron en la lancha ambulancia que lo lleva

"al hospital de Tigre y cesan recién un mes después cuando muere todavía internado, con quemaduras en más de la mitad del cuerpo. Desde entonces la casita fue deteriorándose de a poco, sin que nadie la cuidara. Cada tanto iba el portero de uno de los amigos a pescar junto a sus hijos, sin ocuparse en mantenerla. Gracias a ese portero encontré al último de los amigos que todavía no se había desentendido de la propiedad. Tenía entre sus documentos un boleto de compra-venta firmado por

"el dueño originario, en el que decía que se había pagado la suma total de la venta. Unos papeles inútiles que no eran más que promesas de una escritura que jamás se hizo. Porque el dueño originario murió sin haberla firmado, porque la sucesión duró años, con un heredero que no reconoce la validez de ese documento, y finalmente muere sin que se sepa quien o quienes -si todavía existen- son los

"últimos herederos. Pues eso es lo que compré por ocho mil pesos a pagar en un año, casi el valor del terreno. Apenas una promesa de escritura y la casi seguridad que nadie sino yo podría hacerlo. Al cabo del año, había recuperado la apostura que presentaba en una fotografia del archivo municipal fechada en 1904. La más hermosa de las viviendas isleñas, fuerte y liviana, paredes de ladrillos de lava, dos ventanas por habitación desde las que se veía el verde de los

"árboles y el rio. Un porche al abrigo de los vientos. Pensamos pasar nuestra vejez allí. Un lugar donde podríamos vivir modestamente, disfrutando de lo que tanto apreciábamos, el paisaje, el aire limpio, la amistad de los primos, Dorita, Domingo, Lucho, Beba, Victorio. Años después Haydée, nuestra escribana amiga, localiza a la única heredera de la casita. La cita dos veces en su oficina. En la primera conversamos largamente.

"en la segunda firma la escritura. Si preguntan porqué lo hizo, porqué reconoció la firma de su padre y el pago integro de la propiedad; porqué no pidió ningún pago extra, sólo puedo pensar que es porque nuestras vidas no son entes aislados. Transcurren ligadas a otras vidas. Porque esa hija era enfermera del hospital de San Isidro, y seguramente después del primer encuentro en la escribanía, pensó largamente en el hospital de Tigre y el suyo de treinta años atrás, y supo del médico que fui..

En la escribanía Barcan, mientras firmaba, sentí que se saldaban historias de dolor, pérdida y muerte, pero también de vida y solidaridad. Teníamos nuestra casita, y una vida que comenzaba los viernes a la tarde cuando llegábamos a nuestro muelle y Sacha, una perrita isleña cruzaba el rio para estar con nosotros. No envejecimos en ella. Extraño esa vida.