Lo reconozco, la playa y yo no somos muy amigas, quizá sea que estuvimos tan unidas cuando era una cría, que la debí ofender en algún momento y, desde entonces me tiene manía, por lo que realmente me sorprendió después de tantos años, lo que puede dar de si un día de rebozo y retozo entre crema y arena, para terminar asándonos, a fuego lento e intenso, al sol —es decir, lo que en la Edad Media se consideraba una tortura—. Si además, decides —voluntariamente— llevar como única tecnología: la “llave” del coche, lo que ves, oyes y, sientes, no te deja indiferente.
Ahora por la tarde, ya en casa, con un GT en la mano, escuchando a Cohen y con un plato de ibérico bien cortado y unas aceitunas (que siempre me han dicho, que hacen soñar) pude pensar un poco más sobre ese tiempo en la playa. Decidí que prefiero las personas que se saltan los debe para hacer los me gusta —considero que juegan en mi equipo—. Además, recordando lo que leí en el cartelito del chiringuito que tenía colgado en la pared: "Aprovecha tu tiempo de vida...parece comprobado que tiene fecha de caducidad", no pude evitar levantar la copa y proponer un brindis: “Que nuestros enemigos nunca sean ni la mitad de felices, de lo que nosotros somos ahora”.

(*Esta receta fue uno de los platos para celebrar el final del Camino).

(Sumamos esta receta a la categoría amarilla 💛 - Y de cenar...: — del reto por colores: Fajitas!).

#mineveraporcolores