Hervimos las espinacas hasta que estén cocidas. Las mías eran congeladas pero pueden ser frescas perfectamente. (En el agua ponemos sal y aceite)

Mientras, vamos picando los ajos y la cebolla y sofreímos. Primero ajos y cuando estén doraditos añadimos la cebolla (salamos para que sude antes). Para mi, el secreto está en sofreír siempre todo bien despacio a fuego lento y sin prisas.

Una vez tenemos las espinacas, escurrimos. A la que el sofrito ya esté completamente pochado añadimos las espinacas, y ahora sólo hay que ir removiendo hasta que esté todo bien integrado (pruébalo, añade sal y pimienta si lo crees). Yo lo he tenido a fuego mínimo y he ido removiendo hasta tener la bechamel hecha.

Añadimos la bechamel al sofrito y vamos removiendo. No la pongas toda de golpe porqué por ejemplo a mí me sobró bechamel (esto va a gustos, es mejor ir poniendo poco a poco y obtener la consistencia deseada). Una vez esté la bechamel integrada con el sofrito, dejamos en la nevera mínimo un par de horas para que tome la consistencia necesaria para hacer las croquetas. (Yo dejé la masa en la nevera tapada con film durante toda la noche).

Con la ayuda de una cuchara, cogemos la masa y rebozamos en el siguiente orden: harina, huevo, pan rallado. (Si nos ponemos una capita de harina en las manos se nos pegará menos la masa en ellas al darles forma).

Una vez tenemos las croquetas, ponemos bastante aceite en la sartén. Es súper importante que el aceite esté muy muy caliente, porque sinó se te van a desmontar las croquetas. Sólo queremos que se fría el rebozado, así que seran un par de minutitos por banda, al gusto. Las vamos poniendo en un platito con papel absorbente para el aceite, y listas!