Amplió por petición la receta de los aperitivos, y sigo liando el ovillo: a pesar de que en este caso, soy muy aficionada a ambas versiones, reconozco que me fue muy duro dar el paso al libro digital. Recuerdo discusiones encarecidas entre que el de papel era infinitamente mejor que el ebook, pero después de tantos años entre iPads y Kindles, creo que el cómputo total del electrónico ha sobrepasado (o está a punto de hacerlo respecto) al de papel.
Veamos, pros y contras: por un lado, los ebooks ocupan poco —en realidad nada—, además son mucho más baratos (en término medio es como un: paga uno y llévate tres), obviamente es más ecológico (no se necesita talar árboles, aunque cuidado con la basura tecnológica), ¡ah! y se puede elegir tamaño de letra (aunque siempre se lea en una pantalla).
Por otro lado, el libro impreso es un objeto que tocas con las manos, que abres tú por primera vez, con ese olor a nuevo, y que conforme vas leyendo, le pones tu marcapáginas, dura cientos de años (en casa tenemos libros de mis tatarabuelos) y se queda donde lo dejas (a estas alturas he perdido más ebooks de los que puedo recordar, con sus berrinches correspondientes).
De todos modos, me parece que con el ebook tienes derecho al leer el libro, pero no tienes el libro en sí.
Yo que me premió a menudo, todos los años, me compro media docena de libros de papel, los otros, no los cuento.