Siempre he pensado que uno tiene que estar muy seguro de sí mismo para comprar en una gran área comercial y, más en la que se publicita con el consabido: "Porque yo no soy tonto". A ver, que eso está al alcance de muy pocos elegidos, y yo la tienda siempre la veo llena.
Las escasas veces que he osado acceder a este recinto, nunca le he preguntado nada a nadie, no vaya a ser que me dijeran: "Vamos a ver, ¿es que eres tonta, o qué?", y me echaran de ahí por incumplir sus postulados básicos. Es que hasta en la cola para pagar, te hacen pruebas intelectuales. La cajera, sin mirarte a la cara y, mientras se produce un esguince de muñeca intentando sacar la caja de metacrilato, te pregunta: "¿Código postal?". Y a mí que me gusta meter factores de distorsión en estas encuestas tan valiosas, siempre lo cambio, o bien dando la fecha del día o la de algún cumpleaños familiar.
Pero, está claro que no es una respuesta tan sencilla, el otro día, a un chico que iba delante de mí, le hicieron la temible pregunta. A lo que él —brillantemente—respondió: "¿Cuál, el de aquí?".

(Sumamos esta receta a la Semana de la Dieta Mediterránea, para conmemorar que el 13 de noviembre es el Día Mundial de la Dieta Mediterránea desde que en 2010 la UNESCO reconociera a la Dieta Mediterránea como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Siendo para el sábado: cereales y derivados).

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