Si hay un invento diabólico es: el cursor. Sí, ese que está aquí delante, y ahora mismo (en esta aplicación) es naranja y me parpadea —constantemente—. Una está aquí, frente a la página en blanco, devanándose los sesos, pensando de qué sandez va a escribir, y lo ves ahí, como guiñándote un ojo, en plan desafiante, diciendo: “A mí no me mires que no te pienso dar ideas”. Y una le responde altivamente: “Creías que no me ibas a dar ideas pero sí, me la has dado. ¡Ja! He destronado tu supremacía, me he consagrado como líder absoluta de este documento. Y tú cada vez parpadeas menos porque no te doy oportunidad. Mis dedos vuelan, sin darte capacidad de réplica. Que aquí mando yo, a ver si te enteras, línea naranja vertical insulsa”. De repente, te contesta: “Uy, ¿se ha agotado tu verborrea? Aquí estoy otra vez, a ver cómo sales de este embolado, que de un cursor no hay mucho que contar. Te crees súper original con eso de: voy a escribir sobre el cursor”. En un ataque de dignidad, una rebate: “¿A que termino la receta y anulo tu capacidad de parpadeo?”.”No serás capaz ¿En serio piensas publicar este sinsentido? Tu prestigio quedará por los suelos.”.”Esas amenazas te valdrán con Sierra i Fabra”. “Prometo portarme bien”, implora desesperado. Pero una sigue en la cresta de la ola, y sin compasión, alega: “No te creo. Siempre te ríes de mi cuando estoy carente de inspiración”. “No, no. ¿Qué haces? ¿Ese es el botón de Publicar? No se te ocurra darle al botón de pub “.

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