Mejillones al vapor con un toque de pimentón

Hoy me dijeron que el lobo siempre sería malo si sólo escucháramos a Caperucita — idea que me anduvo en la cabeza durante todo el día— y no es que sea mucho de cuentos, a pesar de que a estas alturas, aún me los sigo creyendo. Quizá hoy haya sido uno de esos días, en los que hasta el café necesita un café.
Me lo dijeron mientras me cruzaba por la calle a una mujer con más arrugas que pelo (y los tenía todos —llevaba una melena corta blanca impecable—) unas gafitas de colores, unos pendientes de brillantes largos y su principal característica: una sonrisa dibujada en su mascarilla, que me hizo lanzarle un beso, cuando nos miramos a los ojos.
La conversación continuó mientras seguíamos atravesando la ciudad, consultando la hora para saber que no llegábamos tarde, y los semáforos se ponían verdes al vernos llegar.
“Pues olvídate ya del príncipe encantado, que yo te ayudaré a buscar al lobo” —le respondí mientras me maravillaba de los zapatos nuevos que estaba estrenando hoy—; “Ten cuidado, Cenicienta, que después de los zapatos, toca limpiar” —me replicó mientras continuábamos carcajeándonos. Y es que en realidad, la felicidad es una de esas pocas cosas, que se pueden dar, aunque no se tenga.

#ElValordelAgua