Me gustan las letras, las palabras (a pesar de tener una cabeza algo cuadriculada), y a veces doy un paseo por el diccionario, para —intentar— aprender vocablos nuevos (aunque le falte trama al DRAE, lo suple con vocabulario).
Hay palabras que, cuando se oyen, se frunce el ceño, mientras se desarrolla un diálogo interior: "¿descambiar existe? Bueno, si lo dice el decano, que es muy cultivado, tiene que existir, claro…aunque a mí me suena raro”. (Sí, ¡existe!).
Existen muchos más términos, que creía incorrectos o inventados, y que, en realidad, están admitidos; así por ejemplo, cuando en el mercado nos quieran vender carne para hacer almóndigas, no hay que mirar raro; la buena señora, usa un término recogido por el DRAE.
También están: albericoque (pero cuidado, no da licencia para pensar que todo el campo es orégano, por fortuna, ni molocotón ni mondarina están admitidos), cebiche/sebiche/ceviche/seviche (que hace las delicias de García Márquez, al menos, por su aversión a la ortografía; se escriba como se escriba, estará bien) y güisqui (cuyo diálogo previo a la incorporación, tuvo que ser:“¿Cómo agregamos whisky al diccionario?” “Como suena” “No te atreves” “Sujétame el cubata”; es que manda uebos —quizá la expresión célebre de Federico Trillo, provenía de aquí, del latín: Mandat opus —la necesidad obliga—).
Así que levanto mi copa por esas palabras que originan polémica en las cenas de amigos, y por que San Google siga minimizando esas discusiones bizantinas.