Helado de nata y fresas

Me espanta el chándal —bueno, según nuestro ahijado, ahora se llaman: outfit, pero aunque tenga otro nombre, sigue siendo una prenda igual de horrible—. Desde que dejé el equipo de balonmano del colegio (y de eso, ya llovió mucho) no tengo chándal, y no pienso comprarme uno —lo confieso abiertamente—.
Y no comprendo la gente que para estar en casa se pone un chándal, o va en chándal a hacer la compra. Y no voy a entrar a destripar las posibilidades de combinación de un chándal con abrigos y zapatos —qué son infinitas y a cada cual peor. Estos ojitos míos, han visto muchas cosas—.
El chándal sólo tiene un motivo de ser y existir, que es el de hacer deporte con él puesto. Fuera de ahí, el chándal no tiene sentido. Es como el traje de baño, que sólo te lo pones para bajar a la piscina o a la playa, pero no vas a por el pan con él puesto, salvo que después te vayas a la playa, pero siempre vas tapada. Es como el traje de esquiar, como el de montar a caballo, como el traje de noche… Pues el chándal igual.
Y da igual que el chándal sea de Loewe, de Chanel, o de D&G… Casi es peor pensar que te has dejado un dineral en una prenda tan horrorosa como esa.
Vamos que ni chándal, ni outfit ni nada. Ni siquiera cuando me manden al infierno, el diablo tendrá valor para hacerme poner uno.
Yo, ahora, para hacer deporte: pantalones cortos o mallas, y tira para’lante que lo que quiero es sudar!

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