Ahora que comienza el buen tiempo —o amenaza con comenzar (porque hoy se ha metido la bruma del mar y de los 25ºC de los últimos días, han bajado casi diez), o yo (pobre ilusa) pienso que va a empezar en breve —tengo que ponerme las pilas y empezar a hacer algo con este cuerpecillo que la naturaleza me ha dado.
Ya sé que lo sabéis, pero reconozco (sin complejos) que soy muy vaga para todo lo que tenga que ver con el ejercicio físico, de manera que en invierno me dejo estar, me dejo estar y, como voy tapadita, no le doy importancia.
Pero un día llega el buen tiempo, te destapas y, de sopetón, descubres cosas que antes no estaban ahí o, que sí estaban, pero no exactamente en el mismo sitio, y es entonces cuando dices “tengo que comenzar la operación bikini”.
Hay quien me ha sugerido que sería mejor apuntarme a un gimnasio, pero a mí, eso me da todavía más pereza. Eso de ir en coche a donde quieraqueesté el gimnasio, morirse para aparcar, sacar la bolsa de bártulos, cambiarte de ropa para ponerte a sudar, sudar un rato y después de una ducha flash volverte a poner la primera ropa (o eso, o ya te llevas el armario completo de casa), me da mucha más desidia. Sí ya sé cómo terminaré y habla la voz de la experiencia (en realidad ya he estado apuntada en las listas de varios); así que durante el primer mes, me conoce hasta el que no va, después me lesiono, me da flojera y cuando, por fin estoy recuperada (de lo que sea) ya sólo me vuelven a ver para desapuntarme.

#Desayunosconhuevo