Helado cremoso de limón (en heladera)

(XV)

Una semana quedaban para que terminase el mes, y ya sabía que libro iba a pedirle a su padre para el siguiente.
Llevaban así ya varios años, cada mes ella leía el libro que su padre le sugería y, tras una pequeña recensión, como recompensa, podía pedir otro libro de su elección, para el siguiente mes. Todos eran libros absorbentes y entretenidos, habitualmente de aventuras, de ciencia ficción e incluso de crímenes. Pero lo que más le gustaba era cuando le daba el libro que él acaba de leer — esto sólo había ocurrido en dos ocasiones previas, pero era casi mejor que esperar los regalos de SS.MM.— aunque reconocía que a veces, la lectura resultaba un poco más farragosa.
Todo comenzó cuando un domingo cualquiera, acompañó a su padre, a comprar el periódico y, él le preguntó, antes de pagar, si quería algo; ella en lugar de pedir el habitual regaliz, pidió uno de los libros expuestos en el escaparate, concretamente uno de: Lafuente Estefanía. Desde aquel día, todos los fines de semana, su padre le traía uno; y de repente, se le ocurrió la idea de ampliarle su bagaje cultural de una forma amena y que tuviera la capacidad de desaparecer en los libros siempre que quisiera. (Él pensó que le regalaba, de esta manera, un súper poder).

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