(αα) —Diario de mi Yorky—
Mi indignación está alcanzando cuotas inimaginables, el motivo: el irrespetuoso al que llaman: mi hijo.
Que quede claro que yo ya cuento con casi nueve años en mi haber, lo que me convierte en una madurita interesante a la que se le debe respeto, como a los ancianos de las tribus, que son venerados por su inmensa sabiduría. Pues el imberbe de DonPelayo, con apenas dos años y medio, me vacila en la cara. Así como lo leéis.
La cosa sucedió así: esta mañana, como todos los días, nos dieron el desayuno en nuestros platitos, cada uno con su comida húmeda correspondiente. DonPelayo come despacito y con buenos modales, degustando cada bocadito, pero una nació cerca de León, por lo que tiene modales más de pueblo, no como este señoritingo de ciudad. Yo no degusto. Yo zampo y ya habrá tiempo de relamerse. Es por esto que me termino mi plato mucho antes que él y, como soy un poco ansiosa, me cogen para dejarlo tranquilo. Así que desde los brazos de mi santa madre observé cómo el otro se ponía las botas y, me miraba y se relamía en un claro gesto de provocación. Como alguna vez le dijeron que terminárselo todo y relamerlo (como hago yo) es de muy mal gusto, nunca se lo acaba y a mí me dejan finiquitar su misión. Pues bien. Hoy el muchachín se sentó al lado del plato, sólo para mi escarnio personal. Pero se llevó una sorpresa ese adolescente indolente, lo echaron al jardín y, yo me relamí de gusto, sola con su plato.

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