Galletas de calabaza y chocolate

Esta mañana he regresado antes a casa. El hecho de que nuestro Sol luciera radiante desde primera hora del día —cosa que no sucedía desde hace más de un mes— lleno de irresponsabilidad todo mi ser y decidí que bien podía dar la semana por terminada.
Como siempre, después de comprobar cómo mis canhijos mantienen en alza el mantra de Dorothy —“en casa, como en ningún sitio”— y ver cómo se estiraban en el sofá y me saludaban moviendo el rabito, fui a ver cómo llevaba la mañana mi lora que me lanzó al aire un beso, con cierto aire somnoliento. La siguiente parada era cambiarme de ropa con la intención de bajar al jardín y arreglar aunque fueran unas jardineras —ya que aunque actualmente parece más una jungla, aún mantiene ciertos tesoros escondidos que merecen la pena visitar— pero en el pasillo, estaba trabajando afanosamente la Roomba, que nada más percibirme, y tras uno de esos pitidos (que siempre son señal de que algo no va del todo bien), me saludó con un: “Si no lo hago yo no lo hace nadie. Un día de estos nos come la mierda”. En ese momento, decidí que, en realidad, no pintaba nada en casa, y que para un día que se asomaba sol, bien podía seguir con el mundo por montera y seguir con mi simple plan de disfrutar de él.