En algún momento de nuestra vida, todos hemos tenido esa necesidad imperiosa de hacer deporte —¿verdad? —. Y así sentirnos mejor con nosotros mismos, y pertenecer a esa marabunta de personas que van por la ciudad con la cabeza bien alta, a trote borriquero, y dejando bambolear las lorcillas. Y es que coger una rutina saludable no es fácil —lo digo desde la experiencia—. Hace ya un tiempo, con el nuevo paseo fluvial que mi ayuntamiento, aún no ha inaugurado oficialmente, pero que todos los vecinos ya usamos, ni corta ni perezosa, me envalentoné a salir a correr. ¡Hasta me compré ropa de deporte! Resta decir que casi muero, por no mencionar el dolor de rodillas, la pérdida de un pulmón por el camino y las ganas de morir constantemente. Pero logré regresar a casa sana y más o menos salva....
Pero, claro, ahora que anochece ya tan pronto, o mejor dicho casi no amanece con estos diluvios que caen de manera constante, no me veo a mí misma, una damisela como yo, corriendo sola y desvalida por ese paraje tenebroso.... Que sí que la ropa de deporte me grita desde el armario, pero yo me hago la sueca… Y es que no sé si ahora soy de las que se sentarían en un banco del paseo con un bocata en la mano, para chinchar a los que corren como si no existiera el mañana.

(Sumamos esta receta a la Semana de la Dieta Mediterránea. Siendo para el lunes: legumbres).

#CocinoMediterraneamente