Quizá sea por deformación profesional, pero hay que reconocer que hay expresiones matemáticas muy bonitas ( y no sólo porque lo diga yo). La bella ecuación de Dirac, que describe las partículas como electrones cuando viajan casi a la velocidad de la luz; la fórmula de Riemann que permite calcular los números primos por debajo de un número dado; el irracional número π y su relación con la fórmula de la circunferencia del círculo; la ecuación de Euler-Lagrange con la que se puede analizar prácticamente todo; la ecuación de Yang-Baxter (aunque parezca más bien el dibujo de un niño); la preciosa identidad de Euler que combina cinco de los números más importantes de las matemáticas; la ecuación del campo de Einstein o una simple progresión aritmética… preciosa, simplemente por su sencillez de ser una secuencia de números separados por la misma cantidad… Pero he de reconocer abiertamente, que he llegado a la inevitable conclusión de que la más bonita es la ecuación de la vida (y seguramente también la más sencilla) que divide en dos la suma de lo que cada uno de nosotros hace y, le suma la otra mitad —la más importante — que es la compañía con quién estás, mientras lo haces.

(*Esta receta fue uno de los platos de esta Nochebuena)
#ChristmasEvedinner