Bizcocho de pera

En estos años que ya llevo vividos (tatantos ya —para qué vamos a poner una cifra exacta—), he aprendido alguna cosilla que otra. Por ejemplo, que a veces tu familia no es cómo tú quisieras que fuera, pero que al final, lo que importa es que es tu familia y la familia es lo más importante. Que es mentira eso de el amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta, porque eso no es amor es dependencia. Que muchas veces, si se apresuran las cosas, se echan a perder. Que hay que dejar ir el pasado, y no seguir recreándose en él, porque sino se termina triste, frustrado y sintiéndose eternamente víctima de las circunstancias. Que no se puede andar por la vida con los escudos activados y la espada desenvainada —hay que saber elegir las batallas—. Que todos tenemos una vena DramaQueen y, a veces, es bueno mostrarla. Que no todas las bromas son bromas, ni todo lo que se dice en serio lo es —y sobre todo, no se puede andar muy susceptible por ahí adelante—. Que la arrogancia es una prerrogativa de los verdaderos genios (Davinci, Einstein, Picasso, Tesla…) el resto sólo somos engreídos o tontos a secas. Que sino quieres que te cuenten mentiras, no hagas preguntas. Que muchas veces, se gana madurez y experiencia, a cambio de la capacidad de asombro, de la ingenuidad, de la fe en las personas y del optimismo.

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